parte a la ciudad de los sueños.
Viaja con el suyo, y si mañana regresa
solo pide traerlo consigo.
Dejar el trabajo no le supondrá
tanto esfuerzo como el de aquél que
en estos difíciles días lo busca.
Una vez más, ellos lo entenderán,
todo lo entienden. Otra promesa
de volver con la misma alternancia
con la que la fuerza del sol da paso
a la caída de las hojas,
y éstas al letargo del reptil,
y éste a la belleza del florecimiento,
al renacer de la vida.
Esta vez marcha con pocos bultos,
no por ende ligera de equipaje.
Su corazón está pleno, rebosante,
más que suficiente para afrontar
el frío del largo e inhóspito invierno.
Es consciente de la dureza que
supondrá el paso de la Isla de Ellis,
así como del peso de los cimientos
que dibujan el skyline de esa ciudad,
pero todo es nada cuando imagina
el reflejo de Broadway en tus ojos.
María Galera